Érase una vez Laura. Laura; la de la sonrisa amplia, mirada profunda y talentos diversos.
Laura; la que amaba cada instante de la vida, la que servía por bondad y soñaba por pasión. Ella; la que dibujaba una esperanza si te alentaba y desaparecía los no se puede del ahora y aún después.
Laura; la que creía a los Pedros...
Pedro; el que vive en su infinito y más acá de sus verdades.
Laura; la que le sonríe a Pedro, Pedro el que busca cómo eliminar su sonrisa para luego acusarla de verduga.
Ella; ella aprendió a respirar. Él; él lo confunde con lo banal, ignorando que; respirar es de sabios, no valorar es de ingenuos aunque estén vestidos de Olimpo.
Para Laura era muy fácil decir: lo entiendo! Pues ya estaba acostumbrada a las excusas vestidas de razones.
A ella le resultaba normal los amargos de las frutas dulces; pues, había bebido suficientes jugos como para saber catarlos sin premuras ni asombros.
Y cada vez que Laura se acercaba a Pedro él estaba listo para disparar, aunque ella le llevara un postre luego de almorzar.
Laura se preguntaba si para ella no se había preparado banquete, si no había un buen vino con su nombre estampado. Pues dedicó tantas cenas y sirvió tantas copas, que lo mínimo que esperaba, es que algún día, quizá algún día... Sería ella la doncella servida de copas y banquetes.
Y por qué Laura, sí ni siquiera me gusta ese nombre? Quizá, porque tampoco me gusta ésta historia.
. #V 6/2/2020
Comentarios
Publicar un comentario