Érase una vez un plebeyo, vestido de lino, vestido de ensueño... Éste hombre con aires de caballero pero no sabía galopar un paso fino, con aspiraciones de grandeza pero la bajeza era su estilo, sentado a la puerta del palacio vislumbrando aquel trono, veía pasar al rey a diario y ya imitaba hasta su tono, se creía grande, se creía solo, pero el carácter de un rey en él no un tesoro, copiaba el caminar, los gestos, las palabras, pensaba que reinar solo era lo que a diario desde lejos miraba, pero desconocía los secretos del rey, el trato de rey, las leyes del rey, y la postura de un rey en el ni se asomaba. Aquel plebeyo se fue creyendo cada vez, sintiendo cada vez y con las doncellas fingiendo cada vez, de cuando en vez olvidaba que dormía en las afueras del palacio, y ya su caminar reflejaba ciertos cambios, y a los ojos de muchos no era un mendigo, era del cortejo, era un escogido. Y un día conoció a ésta doncella, con traje de guerrera pero con alma de gacela, y su gestión era p