Érase una vez un plebeyo, vestido de lino, vestido de ensueño... Éste hombre con aires de caballero pero no sabía galopar un paso fino, con aspiraciones de grandeza pero la bajeza era su estilo, sentado a la puerta del palacio vislumbrando aquel trono, veía pasar al rey a diario y ya imitaba hasta su tono, se creía grande, se creía solo, pero el carácter de un rey en él no un tesoro, copiaba el caminar, los gestos, las palabras, pensaba que reinar solo era lo que a diario desde lejos miraba, pero desconocía los secretos del rey, el trato de rey, las leyes del rey, y la postura de un rey en el ni se asomaba.
Aquel plebeyo se fue creyendo cada vez, sintiendo cada vez y con las doncellas fingiendo cada vez, de cuando en vez olvidaba que dormía en las afueras del palacio, y ya su caminar reflejaba ciertos cambios, y a los ojos de muchos no era un mendigo, era del cortejo, era un escogido.
Y un día conoció a ésta doncella, con traje de guerrera pero con alma de gacela, y su gestión era para atraerla, era para convencerla de que era como el rey, vestía como el rey, y la trataría como un rey, para que ella lo llamara "rey", y ella creyó en su mirada, creyó en su sonrisa, obvió su procedencia y dió oído a sus palabras.
Y éste plebeyo que se creía rey, acostumbrado a las plebeyas que le creían lo de rey, ya no quería que lo vieran como plebeyo pero aún su verbo parecía un cementerio, no respondía por su estado, pero aún olvidaba que la gacela merecía un corazón amado, su memoria no sostuvo que era un sirviente, pero aún no había aprendido a ser un gran jinete.
Y la doncella, tan dulce y tan ingenua, le abrió la puerta del palacio al fin a aquel plebeyo con aires de rey, y se paseó en los pasillos, comió el gran banquete, veía los ladrillos, veía a los jinetes, y en breve su mirada cambió, su sonrisa cambió, y a la doncella de pronto ignoró, más ella tenía las llaves del trono, y ella sabía ser reina, vestía de reina, decidía como reina.
El vestuario del rey le convidó, los zapatos del rey le entregó, y el plebeyo no interpretó a la reina con Garbo y con cautela. Aquella vestidura le quedaba inmensa en su semblante, intentó ajustarse, intentó probarse, pero esas telas, ese trono, ese calzado, no eran de su ajuste aunque eran de su agrado.
Y estando en el trono con ropa amplia, y una actitud pesada, la doncella lo miraba, y su corazón anhelaba, que el corazón de él nunca olvidara, que un rey, no puede ser plebeyo, y que hasta el más vil puede tomar un trono, pero para ser rey es más que un porte y un tono.
PD: ningún caballero puede esperar ser llamado rey, si aún se porta como un plebeyo. #EP
10:26pm 18-10-2021
Poema autoría de Ruth Esther Ramirez (Llauger)
Mono de queda aunque se vista de seda
ResponderEliminarAsí es... pero las acciones hacen a un caballero.
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